porque mi ruta había extraviado. 3
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento! 6
Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron. 9
Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera. 12
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado, 15
hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta angustia. 21
Y como quien con aliento anhelante,
ya salido del piélago a la orilla,
se vuelve y mira al agua peligrosa, 24
tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió por mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no deja. 27
Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más abajo. 30
Y vi, casi al principio de la cuesta,
que de una piel con pintas se cubría; 33
y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la vuelta. 36
Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las estrellas
que junto a él el gran amor divino 39
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada 42
la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecia el aire. 48
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en desgracia. 51
Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la cumbre. 54
Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora: 57
tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla. 60
Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo. 63
Cuando vi a aquel en ese gran desierto
«Apiádate de mi ‑yo le grité‑,
seas quien seas, sombra a hombre vivo.» 66
Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui,
y a mis padres dio cuna Lombardía
pues Mantua fue la patria de los dos. 69
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos. 72
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada. 75
¿Por qué retornas a tan grande pena,
y no subes al monte deleitoso
que es principio y razón de toda dicha?» 78
« ¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente
de quien mana tal río de elocuencia?
‑respondí yo con frente avergonzada‑. 81
Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran volumen. 84
Eres tú mi modelo y mi maestro;
el único eres tú de quien tomé
Mira la bestia por la cual me he vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y venas.» 90
«Es menester que sigas otra ruta
‑me repuso después que vio mi llanto‑,
si quieres irte del lugar salvaje; 93
pues esta bestia, que gritar te hace,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata; 96
y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene. 99
Con muchos animales se amanceba,
el Lebrel que la hará morir con duelo. 102
Éste no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro. 105
Ha de salvar a aquella humilde Italia
por quien murió Camila, la doncella,
Éste la arrojará de pueblo en pueblo,
hasta que dé con ella en el abismo,
del que la hizo salir el Envidioso. 111[L14]
Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno, 114
donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte; 117
y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día; 120
y si ascender deseas junto a éstas,
más digna que la mía allí hay un alma:
que aquel Emperador que arriba reina,
puesto que yo a sus leyes fui rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas. 126
En toda parte impera y allí rige;
allí está su ciudad y su alto trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!» 129
Yo contesté: «Poeta, te requiero
por aquel Dios que tú no conociste,
para huir de éste o de otro mal más grande, 132
que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.» 135
Entonces se echó a andar, y yo tras él.
CANTO QUINTO:
Así bajé del círculo primero
y tanto más dolor, que al llanto mueve. 3
A la entrada examina los pecados;
juzga y ordena según se relíe. 6
Digo que cuando un alma mal nacida
llega delante, todo lo confiesa;
y aquel conocedor de los pecados 9
ve el lugar del infierno que merece:
tantas veces se ciñe con la cola,
cuantos grados él quiere que sea echada. 12
Siempre delante de él se encuentran muchos;
van esperando cada uno su juicio,
hablan y escuchan, después las arrojan. 15
«Oh tú que vienes al doloso albergue
‑me dijo Minos en cuanto me vio,
dejando el acto de tan alto oficio‑; 18
mira cómo entras y de quién te fías:
no te engañe la anchura de la entrada.»
Y mi guta: «¿Por qué le gritas tanto? 21
No le entorpezcas su fatal camino;
así se quiso allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.» 24
Ahora comienzan las dolientes notas
a hacérseme sentir; y llego entonces
allí donde un gran llanto me golpea. 27
Llegué a un lugar de todas luces mudo,
que mugía cual mar en la tormenta,
si los vientos contrarios le combaten. 30
La borrasca infernal, que nunca cesa,
en su rapiña lleva a los espíritus;
volviendo y golpeando les acosa. 33
Cuando llegan delante de la ruina,
allí los gritos, el llanto, el lamento;
allí blasfeman del poder divino. 36
Comprendí que a tal clase de martirio
los lujuriosos eran condenados,
que la razón someten al deseo. 39
Y cual los estorninos forman de alas
en invierno bandada larga y prieta,
así aquel viento a los malos espiritus: 42
arriba, abajo, acá y allí les lleva;
y ninguna esperanza les conforta,
no de descanso, mas de menor pena. 45
Y cual las grullas cantando sus lays
largas hileras hacen en el aire,
así las vi venir lanzando ayes, 48
a las sombras llevadas por el viento.
Y yo dije: «Maestro, quién son esas
gentes que el aire negro así castiga?» 51
«La primera de la que las noticias
quieres saber ‑‑me dijo aquel entonces-
fue emperatriz sobre muchos idiomas. 54
Se inclinó tanto al vicio de lujuria,
que la lascivia licitó en sus leyes,
para ocultar el asco al que era dada: 57
que sucediera a Nino y fue su esposa:
mandó en la tierra que el sultán gobierna. 60
traicionando el recuerdo de Siqueo;
que por Amor al cabo combatiera; 66
sombras me señaló, y me nombró, a dedo,
que Amor de nuestra vida les privara. 69
Y después de escuchar a mi maestro
nombrar a antiguas damas y caudillos,
les tuve pena, y casi me desmayo. 72
hablaría a esos dos que vienen juntos
y parecen al viento tan ligeros.» 75
Y él a mí: «Los verás cuando ya estén
más cerca de nosotros; si les ruegas
en nombre de su amor, ellos vendrán.» 78
Tan pronto como el viento allí los trajo
alcé la voz: «Oh almas afanadas,
hablad, si no os lo impiden, con nosotros.» 81
Tal palomas llamadas del deseo,
al dulce nido con el ala alzada,
van por el viento del querer llevadas, 84
y en el aire malsano se acercaron,
tan fuerte fue mi grito afectuoso: 87
«Oh criatura graciosa y compasiva
a nosotras que el mundo ensangrentamos; 90
si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo
rogaríamos de él tu salvación,
ya que te apiada nuestro mal perverso. 93
De lo que oír o lo que hablar os guste,
nosotros oiremos y hablaremos
mientras que el viento, como ahora, calle. 96
La tierra en que nací está situada
en la Marina donde el Po desciende
y con sus afluentes se reúne. 99
Amor, que al noble corazón se agarra,
a éste prendió de la bella persona
que me quitaron; aún me ofende el modo. 102
que, como ves, aún no me abandona. 105
El Amor nos condujo a morir juntos,
Estas palabras ellos nos dijeron. 108
Cuando escuché a las almas doloridas
bajé el rostro y tan bajo lo tenía,
que el poeta me dijo al fin: «tQué piensas?» 111
Al responderle comencé: «Qué pena,
cuánto dulce pensar, cuánto deseo,
a éstos condujo a paso tan dañoso.» 114
Después me volví a ellos y les dije,
y comencé: «Francesca, tus pesares
llorar me hacen triste y compasivo; 117
dime, en la edad de los dulces suspiros
¿cómo o por qué el Amor os concedió
que conocieses tan turbios deseos?» 120
Y repuso: «Ningún dolor más grande
que el de acordarse del tiempo dichoso
Mas si saber la primera raíz
de nuestro amor deseas de tal modo,
hablaré como aquel que llora y habla: 126
Leíamos un día por deleite,
solos los dos y sin recelo alguno. 129
Muchas veces los ojos suspendieron
la lectura, y el rostro emblanquecía,
pero tan sólo nos venció un pasaje. 132
era besada por tan gran amante,
éste, que de mí nunca ha de apartarse, 135
la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos leyendo ya ese día.» 138
Y mientras un espiritu así hablaba,
lloraba el otro, tal que de piedad
desfallecí como si me muriese; 141
y caí como un cuerpo muerto cae.
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